Andrés Bernáldez |
“…En
el tiempo del edicto…, vendieron e malbarataron sus haciendas…y no hallaban
quien se las comprara é daban una casa por un asno y una viña por un poco de
paño o lienzo, porque no podían sacar oro ni plata. Ovo christianos que se
hicieron con muy muchas faciendas, é muy ricas casas y heredamientos por pocos
dineros”. Con estas lúgubres palabras describe el cronista Andrés Bernáldez (1450-1513) la expulsión del pueblo judío de los territorios de los Reyes Católicos. Dicha salida provocó gravosas consecuencias tanto económicas como sociales dentro del reino español pero favoreció el tránsito hacia la anhelada integridad en la fe cristiana de los súbditos de la Corona. Suponen además un reflejo
fidedigno de la luctuosa realidad a la que se enfrentaban los judíos del País Vasco
ante los designios reales. La venta de sus bienes no podía conseguirse en
condiciones mínimamente normales y paralelamente el pago de las deudas
contraídas ante los prestamistas semitas quedaba en clara incertidumbre. Aquellos que
no obedeciesen el dictamen de extrañamiento serían sancionados severamente,
la confiscación de sus bienes e incluso la pena de muerte era el castigo que aguardaría a los infractores. Asimismo, ninguna persona quedaba con capacidad de ampararles o
custodiarles bajo la amenaza de embargos económicos y posible pérdida de las mercedes
regias. La documentación vasca ofrece escasa información sobre el éxodo de estas gentes
o su mismo número, aunque se cree que la mayoría tras atravesar el Reino de
Navarra se recolocan fundamentalmente en Bayona. Hemos de advertir que la población hebrea originaria de Valmaseda ya había sido desalojada por los propios vecinos unos años antes de este famoso decreto y nos ocuparemos sobre todo del caso vitoriano.
Lienzo de Joaquín Turina (1847-1903) sobre la expulsión hebrea de Sevilla. |
En cuanto a la ciudad alavesa, numerosos fueron
también los que permanecieron en el villazgo previamente subsumidos al
cristianismo. Un detalle que deducimos gracias a una ordenanza concerniente a la antigua calle residencia de los hebreos, bautizada ahora bajo un nuevo nombre.
Los del ayuntamiento “acordaron
e mandaron que la calle de la juderia de oi en adelante non la ayan de llamar
salvo la calle de la puente del Rei e se pregone asi publicamente por que
ninguno non sea osado de la nonbrar nin llamar el dicho nombre que tenia de
la juderia”. Además se prohibía la vuelta de los antiguos
moradores incluso tras su conversión ya“que por quanto
algunos de los cristianos nuebos que otro tienpo heran judios vivientes en
esta çibdad, vienen a bibir muchos dellos a la calle nueva que otro tienpo
desian la juderia, e dello redunda deserviçio de Dios e grand inconbeniente e
aun dello se han quexado algunos vesinos, que ninguno dellos non ayan de
bibyr en la dicha calle, mas antes los que en ella biben, los tales busquen
otras casas”.
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SEFARAD |
Aunque directamente favorecidos por los bienes
adquiridos, los empréstitos saldados e incluso la eliminación de una recia
competencia artesanal en algunos sectores, no obstante, no todo iban a ser
alegrías para los cristianos: los afamados profesionales de la medicina judíos
firmes en sus convicciones religiosas se exiliaron con el resto de la grey
judaica, vulnerando con fuerza la potente demanda de sus servicios sanitarios. De ahí el episodio de Antonio de Tornay, personaje de
discutida identidad- probablemente converso- y físico briosamente buscado para
satisfacer las necesidades asistenciales del burgo.
“Este dicho dia,
en el dicho ayuntamiento, los dicho sennores, allcades, rregidores e
procuradores e diputados, conosçiendo la nesçesidad en que la çibdad e su
tierra e comarcas estava de fisicos por la yda e absençia de judios e fisicos
de la dicha çibdad, acordaron de rrogar e rrogaron al liçençiado maestre
Antonio de Tornay, físico para que se quedase e rresidiese en esta
çibdad(...) pagarian en nombre de la dicha çibdad por su trabajo por el dicho
anno dies mill maravedies”.
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Estatua de Ken Follet en Vitoria. |
Quizá el escritor trabaje en una próxima novela sobre la controvertida conveniencia que supone la expulsión de los médicos vitorianos en el otoño de la Edad Media alavesa. Parece meditativo en el monumento.
Un único consuelo alivió el ánimo de los desterrados y es que al menos el cementerio
judío-Judizmendi- en donde descansaban sus antepasados será fielmente
respetado, dedicándose por convenio como terreno de pasto para las bestias:
“(...) e luego
los dichos judios por sy e en nonbre de los otros judios de la aljama de la
juderia de la dicha çibdad, dixieron que por quanto segund hera notorio los
judios abran de salir para sienpre de todos estos rreinos (...) e
considerando las buenas obras y la becindad que desta çibdad habian
rrecibido, ellos por si e en nonbre de toda la aljama de la dicha çibdad
fasian graçia e donaçion pura e non rrebocable entre bibos del campo e
enterrerio de la dicha juderia que disen judemendi...e quedase para pasto e desa
comun del canpo mismo de la dicha çibdad”.
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Estela que explica el mantenimiento del acuerdo durante 460 años |
Tras la solución final ejecutada por Isabel y Fernando el problema judío había mutado, convirtiéndose en el problema converso. Aquellos que abrazaron la nueva religión fueron celosamente vigilados con ánimo de que no tornasen de manera furtiva a su antiguo credo. Poseeemos testimonios documentales -en los que no entraremos- que prueban el mantenimiento de esa atmósfera opresiva que se cernía de forma perenne sobre esta comunidad.
Hoy terminamos con las entradas concernientes a las vicisitudes del colectivo mosaico en el País Vasco. Muchas gracias por vuestro interés.
Hasta la próxima entrega de Las huellas perdidas de Odiseo, un abrazo.
Sergio D.S.
Completada la tercera entrega; tan válida como todo lo anterior. Esperemos la siguiente ruta histórica.
ResponderEliminarHasta siempre,
Ignacio Gastañaga
¡Muchas gracias! Como siempre eres muy amable.
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